Por Ariel Alvarez
El politólogo estadounidense Robert Keohane, define las instituciones como «conjuntos de reglas persistentes y conectadas que prescriben roles de comportamiento, restringen la actividad y dan forma a las expectativas».
Si bien, con base en el anterior concepto, se puede englobar varios tipos de instituciones, las que eminentemente conciernen a la cosa pública, son las instituciones políticas. Es decir, aquellas organizaciones del Estado que crean, ejecutan y aplican las leyes. Estas están íntimamente ligadas al poder.
Las reglas o normas, son importantes en cualquier sociedad. Desde lo cotidiano, como las normas de tránsito, que evitan que existan miles de fatales accidentes; como las normas que influyen en el funcionamiento de la economía y estabilidad político-social de un país. En ambos casos, la ausencia de normas significaría un hecho desastroso.
Es precisamente esa la razón por la que existe el Estado y sus instituciones. Estas últimas, cuando trabajan según su naturaleza, funcionan como un árbitro o marco regulatorio que permite que se desarrolle el emprendimiento, que exista la innovación tecnológica y empresarial, así como la libre cooperación social. Las buenas instituciones dan incentivos para la inversión, el trabajo y como consecuencia, el progreso de un país.
Las instituciones en Corea del Sur y Corea del Norte
Existe un clásico ejemplo en la academia para mostrar la importancia de las instituciones que están al servicio de la ciudadanía.
Corea, antes de la Segunda Guerra Mundial, significaba un gran espacio geográfico, con un idioma en común, una misma cultura y una situación económica similar. Sin embargo, a partir de 1948, Corea se divide en dos: Corea del Sur, que resultó con un marco institucional que permitió relativo libre mercado; y Corea del Norte, donde se impuso un sistema totalitario, en el que la naturaleza de las instituciones fue socavada.
Previo a la Pandemia del Coronavirus, en el año 2019, las estadísticas muestran la consecuencia de dos diferentes instituciones, creando diferentes incentivos y resultados.
Según Statista, una empresa alemana especializada en datos y estadísticas, en 2019, Corea del Sur contaba con una pobreza relativa (no absoluta) del 16%. Contrariamente, las estimaciones de varios académicos e investigadores, en un estudio titulado «¿Qué sabemos sobre la pobreza en Corea del Norte?», indicaron que la tasa de pobreza en este país era de alrededor del 60%.
El subdesarrollo en Corea del Norte, es tal, que una fotografía tomada desde la Estación Espacial Internacional con una cámara motorizada, muestra al país como como un área negra que apenas se diferencia del océano. Por otro lado, Corea del Sur es totalmente distinguible desde el espacio.
Instituciones fuertes e inclusivas
En el libro titulado «Por qué fracasan los países», Daron Acemoglu y James A. Robinson, definen las instituciones inclusivas como aquellas que ofrecen «seguridad de la propiedad privada, un sistema jurídico imparcial y servicios públicos que proporcionen igualdad de condiciones en los que las personas puedan realizar intercambios y firmar contratos».
La existencia de instituciones inclusivas, significarían como consecuencia mercados inclusivos. En estos, los individuos libres, tendrían más oportunidades para emprender, innovar y cooperar, convirtiéndose así en benefactores sociales de facto. Al mismo tiempo, los trabajadores tendrían más oportunidades laborales, mejores salarios, más tiempo libre y esto en conjunto llevaría a una sociedad desarrollada.
Guatemala se encuentra mejor evaluada que Corea del Norte en varias listas de rankings internacionales, tales como el Índice de Democracia, Índice de Libertad de Prensa e incluso en el Índice de Percepción de la Corrupción. Sin embargo, para el 2019, Guatemala contaba con un porcentaje de pobreza multidimensional prácticamente igual que el de Corea del Norte, según el Índice de Pobreza Multidimensional.
Esto evidencia dos cosas: la debilidad institucional del país y que las instituciones del Estado de Guatemala en lugar de ser inclusivas, son extractivas.
Daron Acemoglu y James A. Robinson, definen este tipo de instituciones como aquellas que «concentran el poder en manos de una élite reducida y fijan pocos límites al ejercicio de su poder… a menudo están estructuradas por esta élite para extraer recursos del resto de la sociedad».
En otras palabras, las instituciones extractivas no benefician a todos los ciudadanos, sino solo a gobernantes y a quienes están en complicidad con los mismos. En este tipo de instituciones priman los privilegios y los incentivos perversos, dejando a un lado la igualdad ante la ley y la protección de los derechos fundamentales: la vida, la libertad y la propiedad.
La única manera de lograr el desarrollo es fortaleciendo las instituciones y limitándolas a sus funciones naturales. Para lograr esto, cada ciudadano ha de cumplir un rol importante desde los distintos espacios. Ya sea desde comunidades civiles, organizaciones políticas partidistas, Grupos de Difusión de Ideas (Think Tanks), etc., encaminados con un mismo fin: tener un país libre y justo para todos.
Estudiante de ciencias políticas con experiencia en análisis de políticas económicas y colaboración con comités de investigación.
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