Por Franco Farías
Quizás, omitiendo la honrosa excepción de los padres –Y esto no es así, ni siquiera, en todos los casos–, podríamos decir que nos tiende a molestar cuando un tercero nos dice de qué manera vivir nuestra vida. Probablemente, el desagrado generado por estas acusaciones sea exponencial conforme a que tan lejana sea la persona en cuestión de nosotros. Ejemplificando, si un buen amigo nos dice que debemos reencausar nuestra vida, lo escuchamos y valoramos su consejo, pues sabemos que nos aprecia y lo dice porque ha visto nuestro declive humano, en pocas palabras, conoce nuestro contexto. Luego, si un desconocido nos para en la calle y nos dice exactamente lo mismo, nos enfadamos y quizás, los más pasionales, le responden con un notorio deje de molestia.
Esto, que nos parece tan natural para las personas de a pie, se nos hace mucho más difícil de vislumbrar cuando se trata de los políticos: si un personaje desconocido me dice en la calle que no debería comer shucos (mis amigos chilenos pueden sustituir el shuco por el completo) nunca más, podría partir por preguntarle quien es el y con que autoridad me ordena tal cosa, luego, si un esperpento del congreso me dice exactamente lo mismo y además de eso, legisla un nuevo impuesto de 80% a los shucos (completos), hay quienes se muestran agradecidos y señalan que es el primer paso a una vida más digna.
Una de las artimañas favoritas de estos personajes es intentar fundamentar toda clase de injusticias, arbitrariedades y, en general, robos, en nombre de conceptos etéreos como la dignidad y la igualdad. Hoy reflexionaremos sobre la primera ¿puede realmente un político saber que es “una vida digna para el pueblo”?
Explicaremos, a continuación, porque este postulado no es más que un sofisma de gene que se cree intelectualmente superior al resto y que, con base en ello, pretende tener la potestad de utilizar el mal para hacer el bien (cosa que es un oxímoron o contradicción en los términos).
En primer lugar, es imposible conocer que es la “vida digna” para un grupo tan artificioso y heterogéneo como “el pueblo”. Este “pueblo” está, no tan solo, formado por etnias, culturas y geografías de lo más diversas, sino que -y esto es lo más importante- está formado por distintas personas que tienen sus propias ideas, sueños y aspiraciones. Claramente, entendemos que la “vida digna” va a tener diferentes características para los ciudadanos de Livingstone que para los de Cobán, para los de Quiché que para los de Chiquimula (un símil serían las distintas regiones de Chile), pues hay clima, cultura y. en general, características demográficas distintas en estas regiones del país. Lo que debemos también comprender es que incluso si viven en la misa región ¡incluso si son vecinos! La noción de vida digna es radicalmente distinta para cada persona.
Ya que el valor de las cosas no está en las cosas mismas, sino en la utilidad que nosotros le damos como medios para cumplir nuestros fines (que serían los que nos llevarían a la tan anhelada vida digna), un vaso de agua no vale por si mismo, sino que vale en función de las necesidades que las personas creemos que puede suplirnos, o ayudarnos a suplir (refrescarnos, lavarnos las manos, regar nuestras plantas, etc.). Es natural que, incluso suponiendo que todas las personas tuvieran un fin, digamos, la felicidad, estas lo buscarían y, consecuentemente, lo alcanzarían de distinta manera, por tanto, usarían distintos medios (distintos bienes y servicios).
Vemos entonces como les es imposible a los políticos garantizar la dignidad con una ley, un bono o con cualquier medida coactiva, sin embargo, hay una cosa que pueden hacer…
Podrían preguntarle a una persona en particular, que medios son los que necesitan para llegar su vida digna y brindárselos. La sorpresa es que los políticos si hacen esto; la sorpresa para nadie es que se lo preguntan a ellos mismos y a sus amigos.
Cuando los políticos se garantizan una vida digna para ellos y los suyos, lo que hacen es que alejan al pueblo (las personas particulares que lo componen) de su vida digna: A menos que, a parte de políticos, sean filántropos, lo que están haciendo es quitarle a unos la posibilidad de conseguir sus sueños y aspiraciones, para garantizar los sueños y aspiraciones de otros.
Cuando los políticos dicen que tal o cual es parámetro que marca la línea entre la vida digna y la indigna, lo que realmente están diciendo es que ellos, mejor que usted, saben lo que usted quiere y lo que no quiere. Por lo que van a entregarle una serie de cosas que usted no sabía que quería (pero ellos sí) y, por supuesto, también le van a quitar una serie de cosas que usted cree que quiere, pero ellos, con su infinita sabiduría, saben que usted realmente no quiere (podemos ver este fenómeno cuando le sustraen dinero mediante impuestos y se lo devuelven con los servicios públicos: como las limpias y ordenadas calles y la incorruptible policía).
Luego, si el objetivo del estado es garantizar el Bien Común ¿Dónde está lo común de este bien que persiguen los políticos con sus falsas pretensiones de dignidad?
La dignidad es una percepción individual y diferente para cada uno, no es estandarizable sin pasar por encima de unos y, por sobre todo, si lo que se busca es garantizar la felicidad de unos, saqueando con impuestos y regulando excesivamente la vida de otros, se pasa de ser un promotor del Bien Común a un tirano.
Franco L. Farías es director del Movimiento Libertario de Guatemala y Coordinador Local de Students For Liberty, es locutor en Libertópolis y profesor en un colegio del interior.
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